lunes, 21 de octubre de 2019

TEATRO


Muchas veces hablo de actuar, de sentirme actriz cuando presento mi libro, cuando coordino un taller, de imaginar quién quiero ser y serlo. 

También pienso en la similitud con subirse a un escenario cada vez que recuerdo un curso que impartí en Toledo. Me dormí plácidamente y me desperté con una fiebre altísima, viajé a la Universidad casi flotando y cuando comencé a hablar de creatividad, de escritura, de cuadernos en blanco… olvidé que estaba enferma.
Finalizada la tarde, como quien abandona su escenario, la fiebre se hizo más afilada y me quité el disfraz para descansar satisfecha porque ningún alumno percibió un ápice de debilidad. 

Hay otros días, días complicados en los que una tiene que improvisar hasta dejar de darse cuenta de que lleva una pena en la cabeza, hasta que la pena se hace invisible por un rato. Una tiene sumo cuidado en que la pena no alcance al corazón porque sería mucho más difícil fingir.
Sí, así también, a veces, la actriz tiene que dejar su vida entera abajo, en el camerino y hacer lo que más le gusta hacer, de la mejor manera. 

Lo llaman “profesionalidad”, yo prefiero llamarlo dignidad, mantener el gesto en su sitio aunque una parte de mí quiera detenerse y buscar una explicación a lo inexplicable.
Sí, los imposibles se me dan bien.

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