sábado, 5 de octubre de 2019

LUNES



Como cada domingo, Yuna esperó el momento exacto en el que el sol comenzaba a despedirse. Los días empezaban a acortarse y como consecuencia, su agenda se adelantaba un poco. Recordó aquella aldea donde siempre era otoño; se vivía con luz natural y se amaba junto a las sombras tintineantes de una vela. Una vez estuvo allí tres días que le sirvieron de paréntesis entre un final anunciado y un comienzo irremediable. 

Sí, como cada domingo a eso de las ocho y veinte de la tarde, la luz otoñal se marchaba en silencio. Había que preparar todo para estrenar el lunes sin restos de lo que fue, porque Yuna tenía tantas vidas como semanas.
Era de esas mujeres que no perdían nada sin darse cuenta. Decir adiós era uno de sus talentos.

Lo más importante de su casa era la puerta. Siempre que deseaba hacer una mudanza elegía su futuro hogar deteniéndose en la entrada, en las emociones que acompañaban el abrir la cerradura por primera vez, el primer vistazo, el sonido de las bisagras al contonearse, el tacto del pomo en las despedidas, la ausencia de mirilla para no mirar sin ser vista y lo más importante: el tamaño. Yuna siempre llevaba un metro en su bolsillo derecho porque no le importaban en absoluto los números. Esta era una de sus múltiples paradojas. Una puerta gigante le permitía olvidarse del tamaño de cualquier objeto que quisiese adquirir para su hogar. Tenía un miedo atroz a tener que rechazar lo que fuese solamente porque no cabía en su vida...


*La foto es de Rosa Serrano 


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