viernes, 25 de octubre de 2019

LA HERIDA



El dolor me atravesó el lunes por la noche. Sí, debemos dejar que nos atraviese para que no se amuralle, para que no se enquiste. Todos tenemos una parte del cuerpo que actúa como papelera, un lugar donde depositamos aquello a lo que no nos enfrentamos, un cenicero gigante que nunca arde, solo humea y ensucia el resto de rincones.
La mía es la garganta.

Miré al dolor de frente y le pedí que esperase hasta el fin de semana. Por ello os hablé de mi escenario, de mis disfraces, de no desOcuparme por ahora.
El martes hablé con mi espejo imaginario y le mostré mi agenda. 

- Espejito, espejito, hoy no es posible el llanto, no es posible el tambaleo, no es posible darse cuenta. 

Y así caminé como en una pesadilla ambientada por Poe, con el cuerpo flojo y la mente llena de rutina, hasta un encuentro nocturno envuelto en lluvia para reparar la cerámica.
No, no era momento de buscar un pegamento invisible, preferimos meditar y pintar la cicatriz con polvo de oro como nos enseñan los japoneses.

Sí, el martes desembocó en agotamiento con fiebre aún sabiendo que la cerámica volvía a resplandecer.
Y el miércoles amaneció satisfecho pero mi cuerpo sin mente, sin corazón, sin todo en uno, no había sido capaz de deshacer el nudo.
Entonces dormí y soñé que lloraba, soñé que lloraba durante horas hasta despertar dudando si el llanto era onírico o no.
El diluvio era inevitable ahora que adquirí consciencia. 

Anoche me dormí pensando en una persona con la que no me gusta soñar. Fuimos amigas en la infancia. Elvira Navarro me lo recordó con uno de sus relatos. Pensé en esas vidas que de niñas son similares y de adultas son incompatibles. Pensé en las malas sensaciones que me aporta soñar con ella y en su forma de entrometerse cada no sé cuántos años en mi vida. Hace mucho que no lo hace.
Y así dormí. Y soñé con ella y con su familia y con un mueble enorme de madera que se derrumbaba sobre ellos. Soñé que de repente tras la catástrofe, ya no estaban. Bajo el mueble no había nada, solo un suelo de terrazo que parecía haberlos absorbido para librarme de este pensamiento inventado. 

Siento que este fin de semana empieza algo, porque la lluvia se presentó en el momento preciso para barrer la porquería, para eliminar todo aquello que no aporta nada, para pellizcarme, para que riegue y cuide lo que tanto importa. 

El poeta Rumi decía que “la herida es el lugar por donde entra la luz”.
El cuenco está precioso, mucho mejor que antaño.

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