viernes, 7 de septiembre de 2018

RESILIENCIA

Fotografía de Rinko Kawauchi


No podría cuidar ancianos. Algunos pensaréis que mi corazón es un poco pequeño. Admiro a los que trabajan en residencias.
No podría ser médico. Admiro a los que trabajan en un hospital en la planta de paliativos. A mí me dan miedo los finales que carecen de comienzo.
Me llevo fatal con la enfermedad. A veces, desaparezco cuando alguien está enfermo porque no sé cómo comportarme, no sé cómo ayudar ni cómo estar sin entorpecer. El deterioro del cuerpo me desagrada. Sé que asimilaré mal el deterioro de mi propio cuerpo. 

Una doctora me dijo tras la segunda operación de mi pierna izquierda que no iba a poder caminar sin ayuda de las muletas. Habían muerto tantos vasos sanguíneos que no tenía la fuerza necesaria para soportar mi peso. Memoricé la palabra necrosis, era la primera vez que la escuchaba, e imaginé que esa extremidad no estaba del todo viva. Mi pierna izquierda había muerto un poco y había que resucitarla. 

Alguien me preguntó por aquello a lo que más miedo tengo; sin duda, a la dependencia. 

Pasaron años y otro médico me dijo que “habíamos” conseguido mucho, no había síntomas, solo una bella cicatriz. Pero me clavó un diagnóstico: tras mejorar, habrá un momento en la vida en que el avance se detenga. El cuerpo se quedará un tiempo en pausa y después vendrá la caída y ya los pasos serán todos hacia atrás.
Yo imaginé a este doctor con una bola de cristal entre las manos y tuve que contener la risa porque empezaba a ponerle en la cabeza un pañuelo decorado con monedas. 

Han pasado catorce años y sigo mejorando, caminando hacia delante, investigando nuevas formas, lo que algunos llaman “ir contra natura” pero que es todo lo contrario. 

Siempre me sorprendió cómo se corta una rama de una planta para colocarla en otra maceta y ambas viven. Una planta se cura el corte sin dejar huella de la amputación y sigue creciendo y echando nuevas hojas. La otra, la que fue rama, se independiza sin traumas. La jardinería es magia.
Y qué decir de esas molestas heridas en la yema del dedo al acariciar bruscamente el borde de un papel. Escuece, sangra y al día siguiente la piel carece de marca.
Renacer constantemente es ir a favor de la naturaleza. 

En mi última revisión médica, el doctor me comunicó que no había necrosis y que era imposible, pero se había regenerado el cartílago.¡Ay, la bola de cristal!… no sabe que no hay nada imposible. 

Sé que asimilaré mal mi deterioro, no separo cuerpo y mente. Hasta ahora solo sé caminar hacia delante y desobedecer diagnósticos y no quiero aprender lo contrario. 

“El mejor médico es aquel que consigue que sus pacientes dejen de medicarse” – me dijo ayer un amigo. También me dijo que “El objetivo es morir joven, lo más tarde posible” 

Algunos se empeñan en llamar cabezonería a la curiosidad. El azar es la religión de los ateos – añado yo. 

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