Unas manos ajenas me colocaron en la estrecha barandilla mostrándome solo dos opciones: el equilibrio o la pausa.
Con la casa a cuestas comencé un viaje que para mí duró años.
A solo unos centímetros del final, resbalé, cayendo exactamente en el extremo interno del penúltimo tramo.
Ante mí solo dos opciones: la pausa o la caída.
¡Maldito el destino del caracol!
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