martes, 19 de noviembre de 2019

MANERAS




La casa huele a mirra. Asocio este aroma con la reflexión, la luz tenue, la pausa.
Luego miro el calendario de pared y trabajo solo mentalmente. Trazo con los pensamientos ese comienzo de mañana en Illescas o ese próximo desayuno acompañando a una maga que imagina su próximo libro. 

A veces trabajo solo mentalmente y las piezas se colocan solas imitando el contoneo de la güija. 
También camino hacia atrás sin moverme de la silla. 

En el cole, con mis niños de 6º trabajamos las emociones a través de las palabras. Hablamos de no limitarnos a resumir, a repetir la acción. A esta edad la descripción se hacer larga. Hablamos de cómo transmitir con una misma historia felicidad, o tristeza, o miedo. Sí, con una misma historia. 
En el cole, con mis niños de 6º, trabajamos las emociones viendo el cortometraje “La mendiga y las bolsas”. Todos sintieron confusión, todos se hicieron preguntas, todos buscaron respuestas.
Con los adultos ocurre lo mismo. Mucha gente me ha preguntado por qué en el cuento de #Autofobia “Cumpleaños feliz” siempre es la misma hora, por qué en el cuento “El autobús” no hay ascensor.
La edad de los “porqués” es eterna.

Mientras escribo no me doy cuenta de esos juegos. La escritura permite la distorsión de la realidad, permite evadir la lógica, permite tomar atajos para llegar a lo inexplicable, permite anular los imposibles. 
En el cole estoy aprendiendo que lo que mata la creatividad es recorrer solamente caminos trazados. El mayor obstáculo es la sobredosis de respuestas.

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