Imagen de Vü Côn Dien |
Bola de nieve arrojada que ahora estalla
y se dispersan
los copos muy lentamente.
Belén Gopegui
Me abrazas y nos hundimos en la unión de la añoranza con el recuerdo de las últimas
noventa caricias.
Mientras tú sonríes, yo cierro los ojos.
Me gustan los finales cuando el lápiz desemboca en el
dibujo perfecto.
La pereza pesa tanto que solo deseo una enorme
duna que se amolde a mi cuerpo desnudo.
Nuestros gestos son tan lentos como la caída.
El color blanco es el después, la calma, el último
capítulo del fuego de una noche exacta.
- ¿Por qué no apoyas tu cabeza en la almohada? – te
pregunto.
- Nunca pongo
barreras al vuelo de mis pájaros
Buscamos el frío porque ayer dejamos la manta más gruesa demasiado cerca.
Rozamos una pequeña dosis de piel ajena, la justa
para saberse acompañado durante un sueño intenso.
No hay dudas ni promesas.
Tampoco conocemos ningún ayer.
Tampoco conocemos ningún ayer.
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