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Las palabras son sólo un guiño que aleja de las cosas que representan.
Thomas Pynchon
Una noche cené un poema y mi corazón tomó la
forma de esos corazones cursis y rosas que aparecen en las libretas para
princesas. Con la indigestión mi piel adquirió un frío tono morado y me prometí
que no volvería a escuchar más poesía con el estómago.
Ahora miro a los poetas de reojo sin acercarme demasiado y solo saboreo los
versos si están impresos en un buen libro.
Me he tomado unas vacaciones y duermo sobre una
almohada de prosa para amanecer con calma.
Luego volvieron los vaivenes. Fue aquel día en que
alguien me regaló un diccionario.
Lo
aproveché para nivelar esa mesa que cojea pero no pude evitar agarrarlo
un miércoles cualquiera y buscar el
término “prosaico”.
Siempre existe la
definición más fácil: “relativo a la prosa”; era solo una trampa para pasar a
esas segundas líneas, segundos platos o segundas veces, y entonces leí : “Insulso, vulgar, anodino, muy
apegado a lo convencional”
Pues eso, como las segundas partes.
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