Imagen de Omar Ortiz |
Hembra que entre mis muslos
callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.
Leopoldo María Panero
Cuando el vaivén de tus muslos
lo tiñe todo de rojo,
las sábanas se enredan en cuerpos
calientes
y solo las polillas,
logran detenerse para observarnos
tras
la cortina más usada.
Las otras miradas bostezan en cada
repetición.
- Otra vez – se equivocan
Porque ninguna vez es idéntica,
no reconozco ninguno de mis gemidos.
Tras el punto y aparte,
brindamos con el jugo
que brota de tu cuerpo
bañando el mío.
Nunca sabe igual la copa del orgasmo.
Nadie se sorprende
si mi pecho te quita la
sed
ni si los besos se derramaron por la
alfombra,
sin llegar a rozar mi cuello.
Ya no hace falta limpiar después la saliva;
evitar recuerdos.
Ya, cada vez que te marchas,
una
estrella desnuda,
permite que mi corazón bombee
sin
que las alas se quiebren.
No hay semanas con forma de montaña,
solo caminos que eligieron perdernos
y sostienen nuestros pies siempre
descalzos.
Porque tampoco hay dolor,
ni suspiros demasiado largos
que
entorpecen el diálogo.
Alguna lágrima mantiene su sabor salado.
Tú sabes que hemos llegado
a
compartir algún pañuelo
para secar los trozos del pasado.
Siempre nos queda el último abrazo,
ése que nos damos en la puerta
y nos permite soñar
mientras
no nos tocamos.
Echarnos de menos no impide
la respiración
con ritmo calmo
con ritmo insonoro.
con ritmo insonoro.
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