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Eres el mejor momento para escribir.
No importa si madrugo o si la noche se ha alargado tanto que
continúa. Utilizo el lápiz como bastón y borro el desequilibrio de mis
piernas con la complicidad del viento.
Muerdo como la primera vez y todos los sabores se unen en un
banquete sin estrenar.
El prólogo son las ganas, mejor si lo lees al final.
Le doy la mano a mi cicatriz y una patada a la prisa. Hubo años en que todo quedó por hacer. El
reloj me introdujo en un laberinto y se detuvo. Perdida, vagué confiando en la puerta como única salida.
Los cuentos me enseñaron a traspasar paredes, a volar, a
convertir los arañazos en caminos.
No creo en los boleros, si tú me dices “ven”, yo no voy a dejar nada.
No creo en los boleros, si tú me dices “ven”, yo no voy a dejar nada.
Cientos
de mundos se esconden en una sola baldosa. Quiero que el porvenir nunca sea una
costumbre. Elijo pisar un suelo sin grietas donde el eco no se inmiscuya en la
buena música ni el baile se convierta en un mal paso.
Nadie
dijo que fuese difícil.
Llego a mi destino y no hay ni un solo rasguño en la superficie. Ahora mis zapatos danzan hasta el otro lado
del cuarto. Giro mi mirada para ver el itinerario recorrido y contemplo todas las baldosas rotas por el suave roce de
mis pies.
Ya
no hay modo de regresar.
Fiel
a las reglas de todo juego que invento, alcanzo el columpio.
Vivo en movimiento, indiferente a si las heridas de tu pasado tienen cura.
Vivo en movimiento, indiferente a si las heridas de tu pasado tienen cura.
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