"Mujeres Miméticas" de Cecilia Paredes - Facebook |
En cuanto se empiece a decir la verdad todo se derrumbará.
Emmanuel Carrere
Emmanuel Carrere
El buen lector ve lo invisible, incluso si no existe. Una voz rota, una
cicatriz que pudo ser, lo incómodo de una mirada, o el movimiento de unos dedos que se sueñan largos
en cualquier conversación estúpida.
Ella buscaba daños irreparables. La ciudad entera se convertía en un
teatro de guiñol frente a sus manos. Disfrutaba de una avinagrada capacidad
para causar caos, un deseo constante de husmear, curiosear y adentrarse en vidas ajenas para
conseguir una historia capaz de
ruborizar. Si lo que escuchaba no impresionaba lo suficiente, lo regaba
con una buena dosis de calumnias, convirtiéndolo en atractivo y así llamaba a
gritos a los sedientos oídos chismosos.
“La Mentirosa” deambulaba por las
calles, odiada por todos y buscada por algunos. Su rostro era agradable, sus
uñas descuidadas, su boca un hogar demasiado pequeño para una lengua tan afilada y sus ojos siempre nerviosos. Era
tremendamente ágil y se escondía bajo las ventanas abiertas o permanecía
estratégicamente en silencio, en el punto exacto donde confluían varias conversaciones al unísono.
Su popularidad no consiguió que nadie se acostumbrase a su presencia.
Optaron por escribir las cosas importantes y mostrarlas en silencio para
que no llegaran a sus orejas. Aunque
todos sabían que aquellas historias que contaba eran falsas seguían cayendo en
sus redes. El aburrimiento les empujaba a escuchar y se reían cuando no eran los protagonistas.
Su astucia conseguía que cada falacia cayera en la persona adecuada.
Tenía información suficiente para saber quien era el enemigo de cada vecino.
Así la ciudad se quedó sumida en una incómoda calma, carente de charlas
y con pocas risas. El mutismo y la prudencia asfixiaban en la ciudad muda.
La quietud provocó en nuestra protagonista la peor ira. Decidió escribir también sus propias
falsedades y aumentar la dosis de maldad que podía reunir en cada frase. Añadió
a su arsenal de embustes, insultos y ofensas que aumentaron el enojo al
distribuir sus anotaciones por los buzones, con la diferencia de que ahora, cada cual recibía su propia vida, eso sí, aderezada.
Leer tantas mentiras sobre uno mismo llenó la ciudad de indignación y de
odio. La curiosidad desapareció y surgió el temor y el bochorno ante cada escándalo.
Después del verano llegó a la ciudad una desconocida, la primera en los
últimos años. Los hombres la deseaban tanto que la temían. La fascinación
siempre tiene efectos secundarios.
Se instaló en su nueva casa y a los pocos días comenzó a recibir notas
con cuentos protagonizados por alguien con su mismo nombre. Entusiasmada, empezó
a coleccionar los escritos archivándolos en una caja por fechas. Una mañana gris
quiso compartir con todos los vecinos los divertidos regalos que había guardado.
Alguno más se animó, buscó por su casa y leyó aquellos papeles que un
día ensuciaron su buzón. Decidieron inventar sus propios textos con la
mentirosa como protagonista; llenaron el hogar de su víctima con magníficas
historias.
Así fue como el personaje más odiado de la ciudad y con demasiado tiempo
libre, preparó su maleta y se marchó. Decidió dejar de mentir y contar
solamente certezas, secretos transmitidos con total exactitud. Le divirtió
que las verdades hicieran tanto daño.
Nunca regresó, consiguió que aquella ciudad no volviese a ser la misma.
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