domingo, 17 de enero de 2016

LA CIUDAD MUDA


"Mujeres Miméticas" de Cecilia Paredes  - Facebook

En cuanto se empiece a decir la verdad todo se derrumbará.
Emmanuel Carrere



El buen lector ve lo invisible, incluso si no existe. Una voz rota, una cicatriz que pudo ser, lo incómodo de una mirada,  o el movimiento de unos dedos que se sueñan largos en cualquier conversación estúpida.

Ella buscaba daños irreparables. La ciudad entera se convertía en un teatro de guiñol frente a sus manos. Disfrutaba de una avinagrada capacidad para causar caos, un deseo constante de husmear,  curiosear y adentrarse en vidas ajenas para conseguir una historia capaz de  ruborizar. Si lo que escuchaba no impresionaba lo suficiente, lo regaba con una buena dosis de calumnias, convirtiéndolo en atractivo y así llamaba a gritos a los sedientos oídos chismosos.
 “La Mentirosa” deambulaba por las calles, odiada por todos y buscada por algunos. Su rostro era agradable, sus uñas descuidadas, su boca un hogar demasiado pequeño para una lengua tan  afilada y sus ojos siempre nerviosos. Era tremendamente ágil y se escondía bajo las ventanas abiertas o permanecía estratégicamente en silencio, en el punto exacto donde confluían varias  conversaciones al unísono.


Su popularidad no consiguió que nadie se acostumbrase a su presencia.

Optaron por escribir las cosas importantes y mostrarlas en silencio para que no llegaran a sus orejas.  Aunque todos sabían que aquellas historias que contaba eran falsas seguían cayendo en sus redes. El aburrimiento les empujaba a escuchar y  se reían cuando no eran los protagonistas.

Su astucia conseguía que cada falacia cayera en la persona adecuada. Tenía información suficiente para saber quien era el enemigo de cada vecino.

Así la ciudad se quedó sumida en una incómoda calma, carente de charlas y con pocas risas. El mutismo y la prudencia asfixiaban en la ciudad muda.

La quietud provocó en nuestra protagonista la peor ira.  Decidió escribir también sus propias falsedades y aumentar la dosis de maldad que podía reunir en cada frase. Añadió a su arsenal de embustes, insultos y ofensas que aumentaron el enojo al distribuir sus anotaciones por los buzones, con la diferencia de que ahora,  cada cual recibía su propia vida, eso sí,  aderezada.

Leer tantas mentiras sobre uno mismo llenó la ciudad de indignación y de odio. La curiosidad desapareció y surgió el temor y el bochorno ante cada escándalo.


Después del verano llegó a la ciudad una desconocida, la primera en los últimos años. Los hombres la deseaban tanto que la temían. La fascinación siempre tiene efectos secundarios.

Se instaló en su nueva casa y a los pocos días comenzó a recibir notas con cuentos protagonizados por alguien con su mismo nombre. Entusiasmada, empezó a coleccionar los escritos archivándolos en una caja por fechas. Una mañana gris quiso compartir con todos los vecinos  los divertidos regalos que  había guardado.

Alguno más se animó, buscó por su casa y leyó aquellos papeles que un día ensuciaron su buzón. Decidieron inventar sus propios textos con la mentirosa como protagonista; llenaron el hogar de su víctima con magníficas historias.

Así fue como el personaje más odiado de la ciudad y con demasiado tiempo libre, preparó su maleta y se marchó. Decidió dejar de mentir y contar solamente certezas, secretos transmitidos con total exactitud. Le divirtió que las verdades hicieran tanto daño.  


Nunca regresó, consiguió que  aquella ciudad no volviese a ser la misma.  

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