Imagen de Quentin Gréban |
Pongo en juego mi vida, y pierdo,
y luego vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Ángel González
Borro las despedidas para evitar los prólogos de cualquier abrazo.
No regreso cuando lo único que dejé a
medias es lo que no quise terminar.
La ventana se queja porque ya no se posarán mis ojos tristes en su cristal y es la única en darse cuenta de que
hace días que ya no estoy.
Con las manos vacías es más fácil abrir
puertas.
Tripulé varios barcos por el mar de tus
sueños. Ahora prefiero la deriva, el sin rumbo, el río del olvido que no mojará
nunca tu rostro.
Sin equipaje observo mejor el largo camino
que se abre ante mí. No busco atajos;
quiero andar, moverme antes de que la ciudad me engulla.
Las indicaciones de las carreteras se han
borrado, el caos es tan pálido que no se percibe.
Las brújulas siempre fallan si antes de
comenzar, rompí varios mapas.
Todos se visten de color rosa un domingo
cualquiera, pero mañana habrá que desnudarse, y les dará vergüenza.
Ninguna cicatriz quiere habitar en cuerpos invisibles.
Mis zapatos permanecen intactos después de
años. Brillan; nunca los destellos hicieron tanto daño.
Los escaparates no captan la atención de
quien realiza el mismo viaje a la misma hora durante todo el año.
Ni siquiera hay aviones volando en cielos
inventados.
En esta ciudad solo hay un sol y una luna y
nunca se han visto.
De haberlo sabido me habría mirado en el
mismo espejo para sonreír otras cien veces y después decir adiós, solamente una.
Sólo hay un adiós y no es el que vas a decir. Los zapatos no dejarán huellas. Ellos no.
ResponderEliminarPinta la puerta y atraviésala.
Un abrazo
Tengo las cien sonrisas a mano. Los adioses no suelen ser efímeros y yo no estoy por echar anclas... ni siquiera en el olvido ;)
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