Imagen de Raluca Deca |
Quiero que llegue, pero no deseo acercarme a tu voz y no quemarme.
Gloria Fuertes
Cada vez que suena el despertador, imagino un domingo sin horas.
El café recalentado me sabe a resaca y odio las fiestas de color rojo en los calendarios de pared.
Te quiero a ti sin azúcar, al eco de tu risa como partitura y sostener en
mi mano el mapa que muestra el camino directo hacia tus cosquillas.
Deseo que mi cuarto tenga el aroma del sexo mezclado con incienso
que ayer impregnó el hueco de tu almohada.
Me dan miedo tus ojos porque miran dentro.
Cada vez que alargas el silencio, busco una puñetera excusa para decirte
dos palabras.
Suelo elegirlas mal, me vuelvo lenta en los atajos y he vuelto a cerrar tres bares vomitando boleros.
Suelo elegirlas mal, me vuelvo lenta en los atajos y he vuelto a cerrar tres bares vomitando boleros.
Ya no surfeo en mares de versos tristes
para robarle a la noche un par de lágrimas.
Termino arrastrándome hasta un colchón demasiado grande para soñarte a ti, sin ti.
Siempre regreso con el tacón torcido.
Suena , resuena, fastidia.
Soy presa de otras invitaciones que huelen a vodka sin naranja, y me dejo
llevar ante caricias que inyectan una dosis de blues en la
orgía más poética.
Mi baile preferido es el vaivén.
Cierro los ojos para verte mejor.
Con la boca abierta no sé gritar.
Me acostumbré a fingir que no amo, pero llevo días esperándote en la calle
sin nombre.
Inventaré las palabras que hacen falta.
El futuro es una isla y yo no sé
nadar.
A veces solo sonrío a deshoras pero lo único que quiero es vivir contigo en
el vagón de un viejo tren y que siempre sea lunes sin darnos cuenta.
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