Imagen de Chiara Fatti |
Si algo identifica a los músicos es que saben cómo llevar sombrero.
Stephen King
Solo dos aromas: jengibre y canela, acompañados por un vino tinto, simulando la más a
rrogante cereza que se mece en mi lengua.
Y el cuaderno,
siempre a mano, de tapa blanda y papel grisáceo. El lápiz obedece a mi mente
que fluye libre sin detenerse en motivos.
De este modo nacen
los cuentos sin esfuerzo y luego se acomodan en un antiguo baúl, con disfraz
de orgullosos para disimular su cobardía. Los más clásicos se asoman si se sienten
cómodos. Los de color rojo aguardan a sabiendas de que se han llevado todo el
carisma y deben esperar su momento. Los grises están tan descoloridos que no se
ven y además se han vuelto mudos. Los mejores son los afilados…
Los cuentos
afilados quieren saltar al vacío y caer sobre cualquiera que no lleve sombrero.
El lápiz se empeña en que no terminó su tarea y les ordena calma. Sé que les
están saliendo alas y que pronto alguien los verá volar y sabrá que son míos.
Me
avergüenzo de ellos y los amo al mismo tiempo.
He probado a
meterlos en la bañera, papel mojado, y dejar que pierdan las letras y que la
historia sea imperceptible pero permanecen en mí y cualquier día oscuro
podría arrojarlos de nuevo contra el
cuaderno. No hay bálsamo capaz de paliar la enfermedad del escritor, por ello
opto por dejarme llevar y aquí me hallo, con una fina estela rojiza en mi labio
inferior, degustando un caldo y abriendo en silencio el baúl.
Las letras del comienzo
puntiagudo se niegan a ser reescritas. El cuento trata de un día cualquiera,
con una pareja cualquiera que se empeña en destacar y sin embargo repite los
mismos sinónimos de las otras parejas cualquiera que se empeñan en destacar.
Ella se cepilla
el pelo cuando está nerviosa, se distrae y evita llorar. A veces tira fuerte y
caen unos cuantos cabellos al suelo pero el dolor es mínimo comparado con los
pequeños pellizcos que le da la suerte y qué decir de los arañazos causados por
no saber elegir.
No sabe elegir
y cuando se fatiga se acomoda en el
colchón de la duda, colecciona “por si acasos” y acumula cicatrices.
Él dejó de llevar
sombrero y por ello le cayó encima un cuento. La soberbia había ampliado su
frente tanto que el bombín le apretaba y lo arrojó a un tejado.
A ella le hacía
mucha gracia esta historia pero sus titubeos habían torcido la comisura de sus
labios y ya no resultaba bella su sonrisa cualquiera.
Un lunes el sol se
negó a salir. Como era de noche permanecieron en la cama amándose durante
horas. Esperaban que llegase la luz para parar, pero no llegó. La fatiga de
ella desapareció para siempre porque el colchón de dudas era de día. Ahora se
acomodó en la noche y se olvidó de los “por si acasos”. Él utilizó la almohada para
apoyar su cabeza y su soberbia decidió buscar a otro que la sacase a pasear.
Así conoció otro cuento afilado deseoso de caer en alguien sin sombrero, se
casaron y van por ahí, haciendo de las suyas y fingiendo no ser una pareja
cualquiera.
Este es el cuento que cuenta
porque siempre que escribo me quito el sombrero.
Siempre que te leo me quito el sombrero.
ResponderEliminarGracias, Mariaje, espero que me leas mucho, con o sin sombrero ;)
ResponderEliminarPues tu amigo Atticus también se quita el sombrero con tu afilado cuento,un beso!
ResponderEliminarGracias, Atticus. Sabía que vendrías. Bienvenido
ResponderEliminarOh la la! Moi aussi..... Yo también me quito el.sombrero
ResponderEliminara sus pies pongo mi sombrero, milady
ResponderEliminarAqui solo jugaba... a no ser una pareja cualquiera. Besazos, bella Pilar
ResponderEliminarCuál sería un cuento rojo!?
ResponderEliminarMe encanta, Cris.
Alicia
Gracias Alicia, tengo varios rojos pero están esperando su momento. Besazos
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